Hoy, cuando estaba con mis amigos en mi tetería favorita, disfrutando de un cálido y reconfortante sorbo de té, alguien quiso saber cuál había sido el momento más duro de nuestra vida, una pregunta un poco personal y en aquel momento fuera de lugar. Los demás debieron de pensar lo mismo porque todas las cosas que se pusieron a contar me parecieron banales. Lo mismo que mi respuesta. Me inventé lo más absurdo que se me ocurrió.
Sin embargo, desde ese momento, y sin darme cuenta, permanecí callada. Mi mente voló de forma inconsciente intentando buscar ese momento que ya tenía olvidado... Y sentí dolor, angustia, me faltó el aire y con la excusa de que hacía mucho frío y que se hacía tarde, regresé a mi casa.
Me hace gracia cuando mis amigos, de la forma más bienintencionada posible, se ponen a darme consejos en plan: no pienses en lo triste, hay quien está peor... Entonces los miro con cara de "oh, sí, que razón tienes" pero mis ojos se preguntan que sabrán ellos del dolor que siente cada uno en su pecho. Es duro tener que sostener emocionalmente a tu familia cuando todavía eres prácticamente una adolescente, encontrarte una mañana a tu hermana pequeña agonizando en la cama, llorar la muerte de tu mejor amiga y de aquel que fue importante para ti, que tu propia familia (tu propia sangre) te dé la espalda y reniegue de una misma... Es duro vivir absolutamente todas las miserias que la vida puede ofrecer.
Pero no me quejo de ello, porque cada obstáculo que me he ido encontrando en mi camino me ha hecho más sabia y más fuerte. Sonrío. Y cuando siento que caigo, que me derrumbo, no me importa no tener a nadie al lado que me sostenga, nunca lo he necesitado. Siempre caminé sola. Cuando la tristeza amenaza con invadirme, entonces mis pensamientos vuelan, no al momento más duro de mi vida, sino al más feliz, al único que recuerdo...
Y entonces deseo volver a ser aquella niña de 5 años que iba loca de contenta de la mano de su abuelo y disfrutando del dulce que con tanto amor éste le había comprado.